El ser humano viene de un largo legado de represión emocional y lo que es natural se ha juzgado y se ha buscado reprimir de incontables maneras. Debido a nuestra historia social/cultural, hemos vivido con el paradigma de la existencia de emociones “positivas” y “negativas” cuando en realidad cada emoción tiene un motivo para ser. Cada emoción experimentada permite conocernos, empoderarnos, fortalecernos y encierra un potencial que nos moviliza y nos impulsa a pasar a la acción para crear. Pero ¿cómo se puede expresar ese potencial si es bloqueado? ¿Cómo podemos sentirnos seres humanos completos si evitamos y anulamos partes de nuestro ser?
Si percibimos cada emoción como una oportunidad para aceptarnos y aprender de nosotros mismos, estaremos abiertos a experimentar las emociones a pesar de ser incomodas, dolorosas o nos muestren partes nuestras que hemos intentado no mirar. Si percibimos la vida como una maestra, a nuestros niños como grandes maestros, comenzamos a ser conscientes de que cada cosa que sentimos o que pensamos que “nos hacen sentir” es porque nos pertenece. Nadie puede hacernos sentir algo que no habita dentro de nosotros mismos.
Al negar a al niño expresar una emoción, de forma consciente o inconscientemente, le estamos diciendo que está mal sentir de la manera que siente, que el sentir de esa forma lo convierte en una persona “mala” o que tiene algo que está mal en él. Y en realidad, el sentimiento Es, la emoción Es, ¿cómo se puede bloquear una energía que existe sin hacer daño o sin generar alguna consecuencia?
La física nos dice que la energía no se pierde sino que se transforma y las emociones humanas son energía, energía pura en movimiento. Lo que resistimos persiste, y lo que no es expresado aparecerá en el cuerpo en forma de síntoma o en conductas “inexplicables” que sólo intentarán restablecer el equilibrio general del niño. Por tanto, es importante, en primer lugar, buscar aprender a desaprender las creencias aprendidas en relación a nuestras emociones, para luego poder a acompañar a nuestros niños de forma más equilibrada a canalizar sus propias emociones, aceptando su existencia sin juicio ni etiquetas y consiguiendo maneras de vehiculizarlas constructivamente. Se trata de acoger todo lo Es, todo lo que somos y al hacerlo darle cabida a la alquimia, a que la energía emocional se transforme en potencia, en amor propio, en la aceptación de todas nuestras partes, en oportunidades maravillosas para asumir la responsabilidad de quienes somos. Es la única manera de poder acompañar a nuestros niños en este mismo recorrido que todo ser humano trae consigo, para aprender expresarnos de manera sana, respetándonos a nosotros mismos, a los demás y al entorno, siendo nosotros, por supuesto, agentes activos en nuestra continua gestión emocional para poder ser ejemplo de ese equilibrio interno que deseamos ver en ellos.
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