Todo en la naturaleza posee su propio ritmo, sus propios ciclos, sus propios tiempos y momentos específicos para gestarse y florecer, y aunque en ocasiones lo olvidemos, el ser humano es naturaleza, los niños son naturaleza.
Cada niño es un ser único que posee su propio ritmo y forma de madurar, su manera de desarrollarse y de aprender, y desde que son muy pequeños podemos percibir su belleza única, sus dificultades y sus fortalezas.
Sin darnos cuenta, muchas veces buscamos acelerar procesos que no han llegado a su etapa cúlmine de maduración, sin tomar realmente el aprendizaje de lo que esa etapa nos está mostrando, sin confiar que forma parte de un proceso perfecto lo que está sucediendo.
Aquello que percibimos como dificultades en el niño pueden llegar a convertirse realmente en grandes dones si aprendemos a tomarlas como oportunidades para profundizar en lo que nos está señalando la experiencia, si en lugar de forzar al niño a estar en un lugar diferente al que está, aprendemos a verdaderamente aceptarlas y pacientemente trabajarlas. Y para ello, es vital primeramente aceptar el lugar exacto donde el niño está. Solamente con el hecho de desear que esté en un lugar diferente al que está, sin aceptar lo que está siendo, sin abrirnos a vivir plenamente el proceso de lo que está viviendo, dejamos de respetar sus ritmos y tiempos, sin ser conscientes de lo necesario que es permitir que atraviese cada eslabón de su propio aprendizaje, estamos olvidando que cada cosa tiene su momento, y que se dará cuando tenga que darse de la manera que tenga que darse.
Las expectativas, el creer que sabemos lo que ha de suceder, no nos permite abrirnos a lo que el niño en este momento nos está revelando, lo que está exponiendo, no nos permite aceptar lo que en este momento Es y fluir con lo que está aconteciendo, para desde allí acompañarlo y favorecer su desarrollo, apoyar a que se exprese la potencia de su Ser. Causaría un impacto indigerible e imposible de gestionar si intentamos forzar al niño a caminar cuando su estructura ósea aún no está preparada para andar, o si pretendemos que haya un entendimiento matemático cuando su cerebro aún no está lo suficiente maduro para poder efectuarlo. El árbol únicamente da sus frutos cuando está preparado para darlos.
Por ello, nuestro rol principal como adultos, que al igual que con nuestros niños es necesario aprender a respetar nuestros propios procesos y a acompañarnos en ellos, es buscar cultivar un ambiente, tanto interno como externo, que abastezca, que nutra y que posibilite el desarrollo del niño sin etiquetarlo ni juzgarlo, dándole lugar a lo auténtico, a lo diferente, valorando la diversidad. Se trata de aprender a nutrir sin empujar, sin sobre intervenir, sin saturar, sintiendo un profundo respeto por cada uno de sus procesos y teniendo plena consciencia de que todo se dará cuando se tenga que dar, para que pueda crecer y expresarse en su forma única y particular, para que pueda expresar toda su belleza y su potencia, todos tenemos nuestra manera individual de vivir y caminar en esta tierra, y en esa forma única residen los regalos que hemos venido a entregar al mundo.
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