Los niños cuentan naturalmente con la capacidad maravillosa de vivir el momento presente, capacidad que la gran mayoría de los adultos hemos olvidado, que hemos subestimado o le hemos restado importancia en lo cotidiano. Al estar enfocados continuamente en llevar a cabo nuestros quehaceres diarios, nuestra vida suele asemejarse más a un campo de batalla donde la supervivencia se ha convertido en lo urgente, en lo principal, dejando de vivir momentos de real presencia y calidad. Y no se trata de restarle importancia a lo que es necesario hacer, al vivir en este mundo inevitablemente existen un sinfín de cosas a las que necesitamos avocarnos, pero si nos detenemos a reflexionar honestamente sobre ello, ¿Realmente todas las cosas que religiosamente realizamos día a día son verdaderamente relevantes? Y las que efectivamente lo son, ¿De qué manera las estamos llevando a cabo, a qué ritmo las estamos realizando? ¿Vivimos continuamente agotados? ¿Vivimos continuamente actuando en automático? ¿Estamos realmente valorando el momento presente y recordando que en realidad es lo único con lo que en esta vida contamos?
Nuestros niños son unos grandes maestros y este tipo de lecciones, si abrimos los ojos para mirarlo, nos las recuerdan a diario, ellos tienen la capacidad de sumergirse plenamente en el instante presente, en el aquí y ahora, siendo totales en lo que están haciendo, disfrutando completamente de lo que está sucediendo, siendo honestos, espontáneos, sin estar continuamente enfocados en lo que ya ha sucedido o sucederá, y eso es sabiduría, es libertad, es vivir la vida coherentemente y con un alto grado de paz. Y al tomar consciencia de ello, los adultos podemos de manera voluntaria comenzar a hacerlo, la esencia de nuestros niños también es nuestra esencia, sólo necesitamos recordarlo y tomar la decisión de comenzar día a día a practicarlo.
Si profundizamos en ello, probablemente muchas de las acciones que diariamente vivimos como limitaciones se debe a que no hemos estado abiertos a percibir que existen diferentes opciones, que existen diferentes maneras de hacer las cosas que nos otorguen un mayor estado de equilibrio y de paz, y para poder comenzar a hacerlo distinto no necesitamos que nuestra realidad concreta responda a un ideal, siempre habrá horarios que cumplir, actividades que nos agraden hacer más que otras, demandas del exterior que nos corresponda atender y solventar, sin embargo, es nuestra decisión empezar a darnos y dar mayor tiempo de calidad, en lugar de darle tanta importancia a la cantidad, comenzar a darle atención a aquellos pequeños momentos que damos por sentado y que al hacerlo transforman nuestras vidas, que llenan nuestros días de alegría, y nos recuerdan que lo verdaderamente valioso es disfrutar a pleno de lo que ahora tenemos, con lo que ahora contamos, así como nos lo muestran nuestros niños a diario.
Practicar el arte de la presencia es una decisión, es un hábito, y siempre ha dependido de nosotros comenzar a realizarlo, y si lo olvidamos, tenemos el gran regalo de tener a nuestros niños para recordárnoslo, el estar presentes siempre ha sido nuestro estado natural real.
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