El período de adaptación es un período altamente sensible tanto para el niño como para los padres o figuras de apego involucradas en el proceso. El niño está dando pasos importantes hacia su independencia, se está comenzando a abrir al mundo como ser autónomo y social, donde a pesar de que asistirá a un espacio que responde a sus necesidades de curiosidad, aprendizaje y desarrollo, y contará con nuevas figuras de referencia con quien establecerá relaciones amorosas y seguras, supone un momento de quiebre, está iniciando una nueva dinámica de vida que lo acompañará el resto de sus días.
Comprendiendo esto, es importante que podamos velar porque el niño se vaya integrando al ambiente de manera respetuosa y paulatina, donde permanecerá en principio por un corto período de tiempo acompañado por sus padres o familia, el cual irá progresivamente aumentando con el paso de los días, pudiendo ausentarse sus figuras de referencia poco a poco en la medida que el niño se va sintiendo cómodo y seguro en el nuevo entorno.
Cuando el adulto se encuentre en el espacio, es importante que pueda acompañar al niño desde la presencia, pero evitando intervenir más de la cuenta, que pueda desempeñar el papel de observador más que de “hacedor”, interactuando con el niño sólo si realmente éste lo necesita. Desempeñar este rol no suele ser sencillo, de hecho, la dificultad de soltar suele surgir mucho más frecuentemente en los padres que en el propio niño, quien la mayoría de las veces se encuentra preparado para abrir sus alas y comenzar a volar, por tanto, este proceso otorga la oportunidad a los progenitores de mirarse a sí mismos e ir trabajando con lo que internamente se les va moviendo. Esta experiencia inevitablemente los invita a comenzar a practicar el amor que protege y a la vez deja libre, el cual avala que el niño pueda crecer y desarrollarse en un entorno donde pueda autodescubrirse, expresar sus potencialidades, y convertirse en protagonista de su propio aprendizaje. Se trata de confiar en el niño y en sus capacidades, en reconocer sus necesidades de expansión y socialización, se trata de hacer lugar para que pueda ir vivenciando poco a poco que es capaz de valerse por sí mismo y ser garante de su propia armonía y bienestar. Es crecimiento, es evolución, es ley de vida.
Dada la relevancia que tiene este proceso adaptativo, es importante entonces intentar que el niño cada día deje el espacio asociándolo como un lugar positivo, que internamente lo vincule con un lugar donde desea estar y al cual desea nuevamente regresar, se trata de priorizar la calidad y no la cantidad de tiempo que se encuentre en este nuevo entorno, lo cual dará sus frutos sin necesidad de forzar el proceso.
Una vez que los niños comienzan a quedarse por su cuenta en el espacio, uno de los momentos que suele tornarse más duro es el de la despedida, donde en ocasiones puede aparecer el llanto o algún tipo de malestar en el niño, lo cual es natural porque las despedidas son momentos sensibles, sobre todo si aún ambas partes no están completamente habituadas a la nueva rutina, por tanto, en ese momento necesitamos armarnos de fortaleza y respirar, respirar y soltar, recordando lo importante de confiar en el poder del niño para facilitar el proceso y apoyar su crecimiento, y aunque esté reflejando ese estado emocional, está preparado para estar bien estando consigo mismo, acompañado de sus educadoras, de sus pares y formando parte de un entorno que, sin lugar a dudas, es altamente beneficioso y nutricio.
No puedo terminar este artículo sin puntualizar que cada proceso de adaptación es único y particular para cada niño, para cada madre, para cada padre y para cada familia, lo importante es que durante ese proceso podamos escuchar al niño y a la vez escucharnos a nosotros mismos, respetando sus tiempos y ritmos, y respetando también lo que va aconteciendo en nuestro interior, el crecimiento es exponencial para todos los involucrados. Recordemos que estamos atravesando una experiencia donde estamos aprendiendo a acompañar al niño en cada paso que va dando, estamos creciendo junto a ellos, y estamos aprendiendo a poner en práctica el amor que nos tocará hacer cuerpo una y otra vez durante toda la vida, un amor basado en la confianza de su poder, en el acogimiento y en la profunda libertad del Ser.
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