¿Somos conscientes de que solemos luchar con nosotros mismos, con nuestro estado emocional, con lo que sentimos? ¿Somos conscientes de que vivimos sin aceptar muchos aspectos de nosotros y de nuestros niños?
Cada emoción tiene su valor, cada emoción, si aparece, es necesario transitarla, es necesario dejarla ser, y mientras más luchemos para que no esté más la afianzamos, más la perpetuamos. La emoción no puede eliminarse, sólo puede transformarse, y expresarla forma parte del proceso natural y sano de transformación.
La aceptación es amor, la plena aceptación es amor, sin embargo, no por ello hay que dejar de establecer límites en la forma de expresión emocional del niño, es importante ayudarlos en la canalización de sus emociones para que desde la toma de consciencia del respeto por sí mismos, por los otros y por el entorno puedan atravesarlas y transformarlas, tomando de ellas lo mejor. Pero tenemos que estar muy atentos, si en ese intento de ayudar a canalizar las emociones no buscamos reprimirlas, no buscamos acallarlas, no buscamos que se sientan diferentes a como se están sintiendo, tenemos que aprender a dejarlos ser, dejar ser lo que es, dejarnos a nosotros mismos ser también con lo que estamos sintiendo en ese momento, aprender a acompañarnos a nosotros mismos mientras los acompañamos a ellos.
Si el niño siente tristeza que sienta su tristeza, si está enfadado que sienta su enfado, si está frustrado que sienta su frustración, permitamos que exprese lo que necesita expresar y mantengámonos presentes, presentes en el momento con lo que trae, respirando profundo y estando atentos para no juzgar lo que sucede e ir aprendiendo a aceptar sin luchar. El estar presentes implica abrir nuestro corazón, implica empatía, pero sin dejar de confiar en su capacidad de poder regenerarse, de poder autorregularse, de tener la certeza de que necesita vivir la emoción, como ser humano emocional que es y lo será siempre, para fortalecerse, para que el mismo conquiste su equilibrio, para que sepa que puede.
La emoción, por su propia naturaleza, aparece, se desarrolla y se transforma, pero sólo si nosotros permitimos que eso suceda. Si la rechazamos o reprimimos, inevitablemente, se va convirtiendo en un cúmulo que se va expresando a cuenta gotas en circunstancias que quizás sean hasta irrelevantes, porque en realidad lo que pesa no es la circunstancia en sí, sino la emoción que se encuentra contenida, y cada vez va tomando más fuerza porque al igual que un recipiente cuando está muy lleno, comienza a desbordarse.
Cuántas veces por querer evitar un berrinche intentamos de cualquier manera acallarlo, pero el niño sigue manteniendo la misma energía a lo largo del día (o días), y luego su forma de pedir las cosas es a través del malestar y el llanto, desde un lugar de falta de autonomía, desde un estado de exigencia que lo limita y nos limita?
Es necesario atravesar la emoción, es natural y sano. Es sano llorar, es sano enfadarse, es sano frustrarse, es sano sentir miedo, y sentirlo a pleno, para que luego se vuelva a reestablecer nuestro equilibrio, para que pueda haber espacio para la calma, la serenidad, el bienestar.
El poder de todo ser humano está, definitivamente, en amar, aceptar, honrar cada emoción que sentimos. Somos seres hermosamente emocionales, permitámonos desde esa plena aceptación sentir nuestra potencia. Aprendamos a abrazar nuestra emocionalidad para fortalecernos en ella, para volver al equilibrio a través de ella. No tiene caso luchar con nuestra esencia, es una lucha que desde el inicio está perdida porque va en contra de nuestra propia naturaleza. Confiemos en nuestro poder, confiemos en el poder emocional de nuestros niños.
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