En la búsqueda de intentar darle lo mejor a nuestros niños, sin detenernos muchas veces a escuchar nuestro sentir y nuestra sabiduría interior, nos ceñimos a teorías, métodos o prácticas, tomándolas al pie de la letra sin cuestionarnos ni cuestionarlas, dejando de considerar aspectos que también existen y tienen su peso e importancia.
Cada vez que nos radicalizamos en algo, nos cerramos a la posibilidad de expandir nuestra visión, de crecer en áreas inexploradas, de aprender a hacer las cosas de manera diferente, nos estamos resistiendo a nuestra propia evolución. Sin embargo, el resistirse también forma parte del camino evolutivo, lo importante es poder tomar consciencia de ello y estar dispuestos a profundizar en lo hemos considerado como inamovible, lo que hemos asumido como verdad infranqueable.
Hace poco leí un artículo que recomendaba que inexcusablemente, debíamos “desterrar” la frase: “No pasa nada” al comunicarnos con nuestros niños. Y aunque creo haber comprendido la esencia de lo que se quería transmitir en el artículo, y no dudo de las verdades que compartían, siento que es importante intentar hilar aún más profundo en cuanto al uso o no uso de una frase en nuestro repertorio lingüístico.
Es importante recalcar que al dirigirnos a nuestros pequeños, y esto puede aplicarse a todos los vínculos de nuestra vida, no es la emisión o la no emisión de una palabra lo que realmente genera determinados efectos, sino el estado interno desde donde emitimos esa palabra, es decir, la energía que emanamos, lo que verdaderamente sentimos. Considero que eso es lo que realmente crea y genera una reacción en el otro, a pesar de no ser totalmente conscientes de que eso está sucediendo.
Esto quiere decir que poco suma manifestarle a un niño: “Estoy contigo”, si en realidad no estamos en ese momento presentes y disponibles emocionalmente porque es esa indisponibilidad lo que él sentirá y de alguna u otra manera se verá reflejada en su respuesta emocional y/o en su conducta, a corto, mediano o largo plazo. No obstante, al ver la escena desde afuera y quedándonos con la superficie, estamos empleando palabras que se supone denotan acompañamiento y empatía, pero al no ser coherente nuestro estado interno con lo que verbalmente estamos emitiendo, son palabras que probablemente se pierdan en el camino y lleguen de forma confusa al niño, no lleguen a su corazón.
Y como es de esperar, este principio se extrapola al uso de cualquier frase y nuestra comunicación en general.
Considero que es una oportunidad maravillosa esencial que antes de hablar o actuar, es importante poder detenernos un instante para activar nuestra escucha interna y estar atentos a la forma en la que nos sentimos al momento de comunicar eso que decimos que sentimos, y tener consciencia de que ello en realidad es lo que será trascendental para el niño. Poco sirven las palabras si nuestra energía no nos acompaña en el uso de éstas, por lo que va a depender de la coherencia, o incoherencia, que exista entre lo que pensamos, sentimos, actuamos y/o decimos, lo que el niño asuma como real.
Y en relación a la frase: “No pasa nada”, diría que, si sentimos en algún momento utilizarla, por poner un ejemplo (y pueden haber muchos más), luego de que el niño se haya tropezado, sabiendo por supuesto que no ha habido ningún daño físico, y si también lo hemos sentido, le hemos mostrado nuestra empatía previamente preguntándole si está bien, podemos decirle con una actitud tranquila y amorosa: “no pasa nada mi amor”, reflejándole con nuestro sentir que forma parte de la vida tropezarse, caerse y levantarse, transmitiéndole con nuestra energía, fluida y sin drama, que creemos en su poder y en la fortaleza que adquiere tras cada tropiezo, haciéndole saber que depende de cada uno de nosotros el emplear cada experiencia para continuar creciendo.
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